Acabo de encontrarme con este texto de Denisse Dresser. Creo que aquí no hay mas que aportar, al menos, en cuanto a texto, pero si hay mucho (un chingamadral) que aportar en acciones y decisiones.
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Yo, al igual que usted, parezco una naranja. A mí, al igual que a usted, todos los días alguna empresa pública o privada me exprime. Me hace un cobro excesivo o me impone una tarifa exorbitante o me impone una comisión injustificada o me obliga a aceptar un servicio malo. Ya sea Telmex o Scotia Bank o Citigroup o la Comisión Federal de Electricidad o alguna Afore o alguna aseguradora o algún notario. Ya sea alguien de apellido Slim o cualquier otro monopolista, oligopolista o rentista de los que pululan a lo largo y a lo ancho de la economía nacional. Cual cítrico, Carlos Slim —y otros tantos como él— me exprimen el jugo, me sacan la pulpa, succionan el zumo, elaboran una multimillonaria naranjada con mi dinero y celebran su más reciente aparición en la lista Forbes.
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Usted y yo somos co-responsables del ascenso del señor Slim –junto Emilio Azcárraga, Ricardo Salinas Pliego, Roberto Hernández, Germán Larrea, etcétera– en la lista de hombres más ricos del mundo, porque el Gobierno ha permitido que seamos tratados como naranjas, y nosotros hemos tolerado la extracción. Usted y yo somos víctimas de una economía oligopolizada en la que tres bancos dominan los servicios financieros, dos empresas controlan los canales de televisión abierta, una empresa controla la red de conexión telefónica, dos grupos empresariales controlan la distribución de gas LP, dos empresas controlan el mercado del cemento, una empresa controla dos tercios de la producción de harina de maíz, tres empresas controlan la producción de pollo y huevo, dos empresas controlan el 80 por ciento del mercado de leche, tres empresas dominan el mercado de carnes procesadas, una empresa controla la producción del pan industrializado, y dos empresas controlan la distribución de medicamentos. Esos “jugadores dominantes” hacen –con la anuencia de funcionarios débiles o cómplices– básicamente lo que se les da la gana. Controlan, coluden, abusan, expolian, exprimen.
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Arrancan gajo tras suculento gajo, transacción tras transacción, contrato tras contrato, cobro tras cobro. Como lo ha sugerido la Comisión Federal de Competencia, cada familia mexicana transfiere 75 mil pesos anuales a los monopolistas del país. Y los pobres pagan 40 por ciento más de lo que deberían por la falta de competencia en servicios básicos como telefonía.
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Los consumidores somos una fábrica lucrativa de jugo concentrado, que corre por las venas de la mayor parte de los reconocidos por la revista Forbes, al margen de su “talento empresarial”. De 2009 a 2010 los nueve grandes ricos mexicanos incrementaron su patrimonio en 61 por ciento, al pasar de 55.1 a 90.3 millones de dólares. Y ello no se debió tan sólo al alza de sus acciones en la Bolsa o a inversiones visionarias que lograron hacer en una economía que se contrajo 8 por ciento. La respuesta se halla también en la estructura concentrada de la economía mexicana. En la falta de competencia que despliega. En las prácticas extractivas que permite. En el rentismo cotidiano que produce. Un huerto nacional de naranjas, donde 90 por ciento de los abusos cometidos contra los consumidores quedan impunes.
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Pero un huerto cada vez más reseco, menos productivo, que en lugar de cosechar fruta jugosa produce pobres en números crecientes. Y de allí la urgencia de revisar las reglas para la producción de naranjada, y modificar las sanciones para quienes la elaboran abusivamente. De allí la necesidad de fortalecer a los órganos regulatorios como la Comisión Federal de Competencia; de incrementar –de acuerdo con la mejores prácticas globales– el monto de las multas por prácticas monopólicas que puede imponer para que sea equivalente a 10 por ciento del volumen total de ventas y no sólo 82 millones de pesos como lo es hoy; de imponer sanciones penales y carcelarias para violaciones cometidas por empresarios al frente de cárteles, como lo han sugerido expertos de la división de competencia de la OCDE; de legislar adecuadamente las “acciones colectivas” para que los consumidores puedan organizarse en defensa de sus derechos, en vez de contemplar indefensa y pasivamente como son violados.
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Más importante aún, los mexicanos deben dejar de pensar como naranjas y permitir que el manojo de afortunados en la lista Forbes los traten así.
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Deben dejar de manifestar admiración por sus exprimidores, como lo hace el 60 por ciento de quienes –según una encuesta reciente– creen que el Ingeniero Slim es un ejemplo para sus hijos. Deben repensar visiones como la expresada por Claudio X. González quien afirma: “Ojalá tuviéramos más (ricos) porque emplean a muchas personas. El Ingeniero Slim le da empleo a más de 200 mil personas directamente y es muy trabajador, y muy ahorrador y ha sabido invertir muy bien”. Sí, ojalá hubiera más ricos mexicanos, pero encabezados por extraordinarios innovadores que han sabido crear riqueza a base de la competencia, la productividad, la calidad, los buenos precios y los buenos servicios ofrecidos a quienes habitan la base de la pirámide. No nada más exprimiendo naranjas y parándose sobre sus cáscaras para ascender a la cima.
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Denise Dresser
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Yo, al igual que usted, parezco una naranja. A mí, al igual que a usted, todos los días alguna empresa pública o privada me exprime. Me hace un cobro excesivo o me impone una tarifa exorbitante o me impone una comisión injustificada o me obliga a aceptar un servicio malo. Ya sea Telmex o Scotia Bank o Citigroup o la Comisión Federal de Electricidad o alguna Afore o alguna aseguradora o algún notario. Ya sea alguien de apellido Slim o cualquier otro monopolista, oligopolista o rentista de los que pululan a lo largo y a lo ancho de la economía nacional. Cual cítrico, Carlos Slim —y otros tantos como él— me exprimen el jugo, me sacan la pulpa, succionan el zumo, elaboran una multimillonaria naranjada con mi dinero y celebran su más reciente aparición en la lista Forbes.
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Usted y yo somos co-responsables del ascenso del señor Slim –junto Emilio Azcárraga, Ricardo Salinas Pliego, Roberto Hernández, Germán Larrea, etcétera– en la lista de hombres más ricos del mundo, porque el Gobierno ha permitido que seamos tratados como naranjas, y nosotros hemos tolerado la extracción. Usted y yo somos víctimas de una economía oligopolizada en la que tres bancos dominan los servicios financieros, dos empresas controlan los canales de televisión abierta, una empresa controla la red de conexión telefónica, dos grupos empresariales controlan la distribución de gas LP, dos empresas controlan el mercado del cemento, una empresa controla dos tercios de la producción de harina de maíz, tres empresas controlan la producción de pollo y huevo, dos empresas controlan el 80 por ciento del mercado de leche, tres empresas dominan el mercado de carnes procesadas, una empresa controla la producción del pan industrializado, y dos empresas controlan la distribución de medicamentos. Esos “jugadores dominantes” hacen –con la anuencia de funcionarios débiles o cómplices– básicamente lo que se les da la gana. Controlan, coluden, abusan, expolian, exprimen.
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Arrancan gajo tras suculento gajo, transacción tras transacción, contrato tras contrato, cobro tras cobro. Como lo ha sugerido la Comisión Federal de Competencia, cada familia mexicana transfiere 75 mil pesos anuales a los monopolistas del país. Y los pobres pagan 40 por ciento más de lo que deberían por la falta de competencia en servicios básicos como telefonía.
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Los consumidores somos una fábrica lucrativa de jugo concentrado, que corre por las venas de la mayor parte de los reconocidos por la revista Forbes, al margen de su “talento empresarial”. De 2009 a 2010 los nueve grandes ricos mexicanos incrementaron su patrimonio en 61 por ciento, al pasar de 55.1 a 90.3 millones de dólares. Y ello no se debió tan sólo al alza de sus acciones en la Bolsa o a inversiones visionarias que lograron hacer en una economía que se contrajo 8 por ciento. La respuesta se halla también en la estructura concentrada de la economía mexicana. En la falta de competencia que despliega. En las prácticas extractivas que permite. En el rentismo cotidiano que produce. Un huerto nacional de naranjas, donde 90 por ciento de los abusos cometidos contra los consumidores quedan impunes.
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Pero un huerto cada vez más reseco, menos productivo, que en lugar de cosechar fruta jugosa produce pobres en números crecientes. Y de allí la urgencia de revisar las reglas para la producción de naranjada, y modificar las sanciones para quienes la elaboran abusivamente. De allí la necesidad de fortalecer a los órganos regulatorios como la Comisión Federal de Competencia; de incrementar –de acuerdo con la mejores prácticas globales– el monto de las multas por prácticas monopólicas que puede imponer para que sea equivalente a 10 por ciento del volumen total de ventas y no sólo 82 millones de pesos como lo es hoy; de imponer sanciones penales y carcelarias para violaciones cometidas por empresarios al frente de cárteles, como lo han sugerido expertos de la división de competencia de la OCDE; de legislar adecuadamente las “acciones colectivas” para que los consumidores puedan organizarse en defensa de sus derechos, en vez de contemplar indefensa y pasivamente como son violados.
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Más importante aún, los mexicanos deben dejar de pensar como naranjas y permitir que el manojo de afortunados en la lista Forbes los traten así.
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Deben dejar de manifestar admiración por sus exprimidores, como lo hace el 60 por ciento de quienes –según una encuesta reciente– creen que el Ingeniero Slim es un ejemplo para sus hijos. Deben repensar visiones como la expresada por Claudio X. González quien afirma: “Ojalá tuviéramos más (ricos) porque emplean a muchas personas. El Ingeniero Slim le da empleo a más de 200 mil personas directamente y es muy trabajador, y muy ahorrador y ha sabido invertir muy bien”. Sí, ojalá hubiera más ricos mexicanos, pero encabezados por extraordinarios innovadores que han sabido crear riqueza a base de la competencia, la productividad, la calidad, los buenos precios y los buenos servicios ofrecidos a quienes habitan la base de la pirámide. No nada más exprimiendo naranjas y parándose sobre sus cáscaras para ascender a la cima.
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Denise Dresser
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Sir David von Templo, Cambio y Fuera
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